La estrella de Belén

Los tres reyes magos son guiados por la estrella de Belén

Apenas terminada la comida, se escuchó un gran alboroto delante de la gruta.

Joel salió y vio una gran caravana de persas con camellos de carga.

Llamando a su padre, exclamó: «Por Dios, ¡estamos perdidos! Mira, ¡los terribles sabios persas están aquí con muchos camellos y un gran séquito!

¡Están montando sus tiendas de campaña en círculo alrededor de nuestra gruta y tres jefes adornados con oro, plata y piedras preciosas descargan sacos dorados, y parecen tener la intención de entrar aquí!».

La noticia asustó a José profundamente. Sólo con un gran esfuerzo pudo pronunciar las palabras: «Señor, ten piedad de tu siervo pecador, ¡ahora, sí, estamos perdidos!». María, a su vez tomó al Niño entre sus brazos y dijo con valor: «¡Mientras yo viva no me quitarán al Niño!».

Desde la gruta José y sus hijos observaron furtivamente a los persas para ver lo que hacían.

Al ver la gran caravana y las muchas tiendas montadas, José se afligió aún más. De nuevo empezó a implorar fervorosamente al Señor para que les salvara.

En este mismo momento el comandante, en montura de combate, se presentó con mil guerreros e hizo que se apostaran a ambos lados de la gruta.

Y el mismo comandante se dirigió a los tres magos para preguntarles el motivo de su visita y cómo habían podido llegar hasta allí sin que nadie les hubiera visto.

Los tres le respondieron al unísono: «¡No nos tomes por enemigos, pues ya ves que no llevamos armas con nosotros, ni abierta ni ocultamente.

Somos astrónomos persas y conocemos una antigua profecía en la que dice que en este tiempo les nacería a los judíos el Rey de los reyes y que una estrella indicaría el lugar de su nacimiento.

Y los que vieran esta estrella tendrían que seguirla porque allí donde parase se encontraría al Salvador del mundo.

Ved la estrella que incluso a la luz del día es visible para todos encima de este establo. Ella ha sido nuestro guía y puesto que se ha parado aquí, hemos llegado al lugar donde se encuentra la maravilla de las maravillas: un niño recién nacido, el Rey de los reyes, el Señor de los señores desde y para toda la eternidad.

Tenemos que verle, adorarle y ofrecerle nuestra mayor veneración. Por eso no nos impidas entrar, pues no es una estrella mala la que nos ha guiado hasta aquí».

Guiado por estas palabras el comandante se fijó en una estrella que se encontraba justo encima de ellos. Parecía estar a poca altura y su luz era casi tan potente como la del Sol.

Al verificarlo, el comandante dijo a los tres magos: «Vuestras palabras y la estrella me han convencido de que sois de buena índole. Pero aún no comprendo cuál era vuestra intención al ir junto a Herodes a Jerusalén. ¿Acaso la estrella también os mostró ese camino?

¿Por qué vuestro guía milagroso no os condujo directamente hasta aquí, teniendo en cuenta que este era el destino de vuestro viaje? ¡Explicádmelo, de lo contrario no entraréis en la gruta!».

Los tres contestaron: «Eso sólo lo sabrá el Altísimo. Seguramente que habrá sido parte de su plan porque ninguno de nosotros teníamos la intención de ver Jerusalén ni de lejos.

Puedes creernos que la gente de Jerusalén no nos ha gustado en absoluto, y mucho menos el rey Herodes. Pero una vez allí, con toda la ciudad alerta, hemos tenido que decirles cuál era nuestro propósito.

Los sacerdotes nos orientaron a través del rey Herodes y este nos rogó que le informáramos acerca del nuevo Rey, para que, como dijo, también él pudiera venir a rendirle homenaje».

El comandante replicó: «¡Ni se os ocurra!, ¡pues yo conozco su índole y su malvada intención! ¡Mejor os tomo como rehenes! De momento voy a entrar sólo en la gruta para comentar este asunto con el padre del Niño».

Fuente: Infancia de Jesús, capítulo 29.